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  • Adem s las situaciones en las que

    2019-06-12

    Además, las situaciones en las que Nicolás se encuentra con las piedras, sus dudas en torno ap1 si son piedras-huesos o simples piedras, sus caminatas por cerros, encrucijadas y pueblos más o menos fantasmales, las respuestas diferentes a sus preguntas por Pedro Páramo (“¿se acuerda que yo quería saber donde había caído Pedro Páramo?, Pedro Páramo, ¿no es un señor de Tolimán? Pureco guardó silencio” [55–56]), le llevan a un conocimiento fallido y negativo en lo que se refiere a esa figura histórica-literaria que él persigue. Mientras el conocimiento y la certeza, si quiera respecto a la violencia, son positivos en la mayoría de las novelas de Mendoza, en esta el conocimiento y la certeza dan como resultado un conocimiento negativo. Fijémonos en este momento de la novela en que Pedro Páramo aparece y desaparece en un abrir y cerrar de ojos:
    . Me asomé al latín a los quince años en la Nacional Preparatoria 6 Nocturna. Eran clases apasionantes y cansadas, porque se impartían de nueve a diez de la noche. A la sazón era una adolescente indisciplinada, normal, pues. Tenía muchas ganas de compartir las experiencias de aquel cartero que, mochila al hombro, asistía conmigo a las lecciones del doctor Germán Viveros. La profunda ambición de aquel trabajador de la posta sin caballo ni moto, cabeceaba a las altas horas de la asignatura. No se daba por vencido en su lucha contra el agotamiento y, para no perderse ni una sola palabra de la lección, me pedía que le repitiera aquellos trozos que se le llevaba Morfeo. El profesor Viveros, sin alzar la vista, sentenciaba contra mi alboroto: “Señorita Palazón, tiene usted cero”. A la clase siguiente, salía del embrollo demostrando que cumplía sin falta la tarea para desvanecer aquella cadena de ceros, círculos malditos que me encadenaban. También una amiga, casi tan pesadita como yo, me arrancaba los pelos de las piernas, mientras lanzaba la adivinanza “¿pares o nones?”. Me retorcía para no gritar, pero el brinco y la agitación en mi pupitre era inevitable: otro cero. Todo era cuestión de acumularlos e ir desacumulándolos. Sin embargo, el latín me parecía un reto interesante que daba felicidad a una casi niña cansada, con una fuerte comezón (que nunca tuve en la primaria ni en la secundaria) por acumular conocimientos, y agredida por el juego de la depilación gratuita.
    El seguimiento del cual es objeto la relación crónica-novela de caballerías ha demostrado que hace falta más que el análisis reduccionista de los elementos cuantitativos que comparten ambos géneros para comprenderla cabalmente. La relación de pertenencia entre estos supera la visión del conquistador-cronista, quien da cuenta de los acontecimientos y convivencia cotidianos. Cuando se trata, sobre todo, de un informe cuyo horizonte de expectativas supera la veracidad de la noticia de tales asuntos, se vuelve necesario un detallado estudio del problema. A la categórica negativa realizada por Beatriz Pastor, o a la imperiosa necesidad de Cacho Blecua y Catherine Poupeney-Heart, en cuanto al reconocimiento de los recursos de ficción, temas, disposición narrativa, Jesús Eduardo García Castillo propone, por lo menos, el estilo, el tono, la organización temática, el vocabulario, por mencionar los más destacados a lo largo del estudio, ya no como fuentes germinales, sino de compartidas debido a la popularidad que gozaron ambos géneros. En consecuencia, el análisis de la crónica de acontecimientos circunscriptos y de la tradición a la que se adscribe se sustenta a través de una perspectiva historiográfica adecuada a los elementos estilísticos vigentes en el siglo . Sobre esta base se desarrolla la exposición de algunas variantes taxonómicas en El libro, aunque estructurado en cinco apartados —“El origen de una influencia” (15–23), “La crónica” (25–45), “La crónica de Indias” (47–67), “Dos géneros comunicados” (69–113) y “La digresión y su uso en la (115–219)—, responde a dos núcleos temáticos. El primero parte de la hipótesis de que las crónicas de Indias y los libros de caballería “se nutren de ciertos modos específicos narrativos predominantes en el siglo , cuya realización depende […] del tipo de texto para el que van a ser utilizados” (13). El segundo es al análisis sistémico de los recursos ficcionales asimilados y que, articulados en la prosa bernaldina, dan cuenta de su calidad novelesca.